por Maristella Svampa
No es ninguna novedad afirmar que las últimas décadas registran un notable cambio en cuanto al rol de los intelectuales, visible en el eclipse del compromiso político, típico de otras épocas, así como en la exigencia de la profesionalización y especialización del saber. En realidad, los quiebres político-ideológicos han sido tantos y la inflexión academicista tan creciente, que la tarea de repensar la articulación entre saber académico y compromiso político en el mundo contemporáneo es hoy más compleja que nunca.
Para comenzar, hay que reconocer que la excesiva profesionalización de las ciencias sociales registrada a partir de los ´80, fue también una respuesta a la sobre-ideologización imperante en el campo académico latinoamericano entre los años 60 y 70. Sin embargo, esta realidad no puede llevarnos a incurrir en el error de tantos investigadores consolidados, actores políticos de épocas pasadas, que hoy tienden a clausurar el debate, descartando cualquier imbricación entre lo político y lo académico. Con la mirada fija en el pasado trágico que les ha tocado vivir, pero poco atentos a los cambios operados en la sociedad actual, algunos tienden a confundir el destino personal con el devenir general de la sociedad, obturando la posibilidad de pensar los nuevos desafíos que plantea el presente.
Así, pese a que la profesionalización ha sido beneficiosa, pues permitió la consolidación de un campo académico en las ciencias sociales, a través del reforzamiento de las reglas internas y los mecanismos de producción, la expansión del modelo academicista, claramente autorreferencial, plantea hoy no pocos problemas. Por un lado, las nuevas generaciones universitarias se han ido formando en la disociación entre saber académico y compromiso político, entre mundo universitario y mundo militante, y ello en medio de la multiplicación de las barreras burocráticas que habilitan el acceso a la carrera académica. Por otro lado, la inflexión academicista favoreció la multiplicación de otras figuras del investigador-intelectual, como modelos “legítimos” del saber, que siembran de manera sistemática un manto de sospechas sobre cualquier investigación que reflexione desde un posicionamiento militante.
Ahora bien, sucede que en la actualidad, en América Latina, y en Argentina especialmente desde finales de 2001, las nuevas generaciones de investigadores han comenzado a plantearse interrogantes acerca de cómo articular compromiso político con tarea académica. Para algunos, una vía posible es la adopción del modelo de “investigación militante”, que subraya el carácter inmanente de la reflexión, en contraposición con el distanciamiento pretendidamente neutro del trabajo académico. No obstante, uno de los obstáculos mayores de este tipo de posicionamiento que hoy asumen jóvenes investigadores o estudiantes universitarios, es que suele conducir a la inmersión plena; esto es, a sumergirse/fundirse en/con las organizaciones o movimientos sociales contestatarios, lugar desde el cual se tiende a romper rápidamente con los moldes del trabajo académico. Más simple: el intelectual militante suele convertirse en un activista a tiempo completo, cuyo nivel de involucramiento dificulta una reflexión crítica y obstaculiza así la producción de un tipo conocimiento que vaya más allá de la visión de los actores. A esto hay que añadir que la inmersión activista potencia una actitud de rechazo y de resentimiento hacia el mundo académico, el cual ante los ojos de la sociedad aparece como portador exclusivo del saber “legítimo”.
En suma, esta posición en torno al compromiso militante, que en los últimos años ha venido ganando un espacio importante, sobre todo en los cruces entre la academia y el mundo de los movimientos sociales, pone más que nunca al descubierto las carencias actuales del modelo académico hegemónico, al tiempo que nos coloca frente a una serie de preguntas insoslayables.
Los modelos académicos hegemónicos
En la actualidad, existen por lo menos tres modelos académicos dominantes. En primer lugar, la inflexión academicista favoreció la consolidación de la figura del experto, supuestamente neutral y desapasionado, como uno de los modelos “legítimos” del saber. Artículos académicos escritos en un lenguaje endogámico e hiperespecializado y meticulosos recortes disciplinarios, están en la base de una figura cuyo eje es la autorreferencialidad, y como tal, la incapacidad por interpelar o tender puentes con otras realidades. Por otro lado, durante los ´90, tras la etiqueta aparentemente despolitizada de “técnico” o “experto”, investigadores de diferentes disciplinas (economistas, sociólogos, antropólogos, politólogos) se convirtieron en asesores y/o ejecutores de políticas públicas de dudoso alcance incluyente.
Pero convengamos que en el marco de la profesionalización disciplinaria, y en el mundo universitario en particular, el nuevo modelo encontró también otras formas de expresión, además del experto asesor, ligado como afirma Pierre Bourdieu, a la nueva nobleza empresarial, al Estado o a los organismos multilaterales. Así, en contraposición a la falsa conciencia del experto (que niega el carácter político de lo técnico), éstos han sido más bien tiempos de consolidación de una concepción modesta acerca del alcance de las ciencias sociales. Dicha visión contribuyó a colocar en el centro de la vida académica un tipo de figura, la del intelectual intérprete, que como bien lo ha definido Zygmunt Bauman está orientado a la comprensión y la comunicación de saber, sin pretensión legislativa alguna.
Como consecuencia de ello, de la mano del intelectual-intérprete y en el marco de un pensamiento “modesto” se multiplicaron los estudios de casos y los recortes disciplinarios, así como la utilización de metodologías y técnicas cualitativas -como la entrevista en profundidad, el trabajo etnográfico y las historias de vida-. A ello hay que agregar que en América Latina este giro epistemológico general partía también de un déficit observable en las ciencias sociales de otras décadas, abocadas al estudio de las transformaciones del vínculo social y político, a partir de una mirada “desde arriba”. En fin, esta inflexión tuvo como corolario una variada y rica producción académica de carácter sectorial, a veces microsociológico y, en los últimos tiempos, de tipo etnográfica, que privilegia el análisis de la experiencia y la subjetividad de los actores.
Sin embargo, en los últimos años la figura del intelectual-intérprete ha sufrido un estallido, a la vez epistemológico y político. Epistemológico, pues el auge de las visiones micro-sociológicas y etnográficas ha tendido a crear –como afirman varios autores- una “ilusión de transparencia”, reduciendo al investigador al rol de un traductor sofisticado de la experiencia de los sujetos. Político, pues el modelo ha quedado atrapado en la doble dinámica de lo social, atravesada por períodos y fases de descomposición y, a la vez, de recomposición social. Así, en el marco de una situación de descomposición social, el intelectual-intérprete tiende a caer en una mirada miserabilista o en el pesimismo fatalista y, por ende, en el rechazo a cualquier posibilidad de intervención militante en nombre de un paradigma cientificista. Pero en un contexto de lucha y movilización, el resultado suele ser inverso; esto es, la mirada horizontal y celebratoria, apegada al discurso de los . Aunque esto último suele conducir al intelectual-intérprete hacia el espacio militante, no necesariamente esta inmersión se traduce en la generación de un pensamiento crítico y alternativo.
Una mención especial merece la figura del intelectual ironista, quien encontró un fuerte impulso en las últimas décadas. Con esta expresión, que retomamos libremente de Richard Rorty, nos referimos a aquellos investigadores-intelectuales que adoptan como principio epistemológico y político la distancia irónica y provocativa respecto de la realidad social, proponiendo de entrada la imposibilidad de una articulación entre investigación académica y compromiso militante. Así, lo propio del ironista es que rechaza toda posibilidad de intervención, acantonándose en un modelo epistemológico-narcisista en donde convergen escepticismo político, capacidad histriónica y palabra destituyente.
Ahora bien, más allá de la seducción propia del intelectual ironista, resulta difícil pensar en construir desde estas bases un modelo alternativo de investigador-intelectual. Parafraseando a Richard Sennett, no iremos muy lejos si nos proponemos socializar a las jóvenes generaciones de investigadores en ciencias sociales en valores como la ironía, la distancia hacia la realidad y el escepticismo político. Cuanto más, el desarrollo de este tipo de actitud destituyente redundará en el afianzamiento de modelos individualistas y estratégicos, poco interesados en la construcción de solidaridades mayores.
Por último, no estamos afirmando que en la actualidad no exista la figura del intelectual crítico, capaz de retomar e identificarse con el pensamiento contestatario. Sin embargo, en algunos países, donde se conjugan una importante inversión educativa con la autonomía del mundo universitario (como en Brasil y México), las posturas críticas no aparecen ligadas necesariamente al compromiso militante. Antes bien, la consolidación de los universitarios como clase media superior parece haber conducido a una suerte de encapsulamiento elitista, que revela ciertas formas de esquizofrenia, visible en la falta de vínculos reales con esos otros mundos que se dice pensar e investigar. Por añadidura, la existencia de matrices sociales fuertemente jerárquicas en el interior de nuestras sociedades tiende a potenciar estas disociaciones.
El investigador- intelectual como anfibio
¿Existen posibilidades de repensar el rol del intelectual-académico en su articulación con la política, o ésta es una pregunta que pertenece al pasado? ¿Cómo pensar entonces en la creación de un modelo académico alternativo, que no remita a la figura del intelectual orgánico de antaño, que no alimente esquizofrenias, y que al mismo tiempo deje atrás las limitaciones del intelectual intérprete, las veleidades narcisistas del intelectual ironista, o la falsa conciencia del asesor experto? ¿Cómo transitar de un modelo de investigador-intelectual destituyente a otro cuyo carácter abra al menos la posibilidad hacia un pensamiento innovador, reflexivo, instituyente, de vínculo con otras realidades?
Desde nuestra perspectiva, creemos que es posible integrar ambos modelos que hoy se viven como opuestos, la del académico y la del militante, sin desnaturalizar uno ni otro. Podemos establecer como hipótesis la posibilidad de conjugar ambos modelos en un solo paradigma, el del intelectual-investigador como anfibio. ¿Por qué utilizamos la metáfora del anfibio? Porque a la manera de esos vertebrados que poseen la capacidad de vivir en ambientes diferentes, sin cambiar por ello su naturaleza, lo propio del investigador- intelectual anfibio consiste en desarrollar esa capacidad de habitar y recorrer varios mundos, generando así vínculos múltiples, solidaridades y cruces entre realidades diferentes. En este sentido, no se trata de proponer una construcción de tipo camaleónica, a la manera de un híbrido que se adapta a las diferentes situaciones y según el tipo de interlocutor, sino de poner en juego y en discusión los propios saberes y competencias, desarrollando una mayor comprensión y reflexividad sobre las diferentes realidades sociales y sobre sí mismo.
Si se nos permite retomar categorías extraídas de otros léxicos, podríamos decir que a diferencia de otros modelos de investigador-intelectual, que reflejan una naturaleza mestiza, el paradigma del anfibio, aunque contiene tendencias contradictorias y se expresa en otras formas de desgarramientos, no implica por ello una tensión que es vivida desde una dimensión trágica o puramente negativa. Aún más, en contraposición a la reflexividad del mestizo, que vive una existencia desgarrada “entre dos mundos”, producto de la colisión o choque entre éstos (que generalmente remiten al clivaje inferior/superior, se trate de la clase o de la etnia), y que termina por no pertenecer del todo ni uno y ni a otro, la reflexividad del investigador-intelectual anfibio tiende a subrayar la existencia de una única “naturaleza”, por encima y a partir del reconocimiento de las ambivalencias o de las dobles pertenencias.
En esta dirección, resulta necesario cuestionar y romper con los moldes del modelo académico hegemónico como abandonar aquellos planteos que nos proponen esquemas binarios. En consecuencia, nuestra hipótesis apunta a subrayar la potencialidad del investigador/intelectual como anfibio, pues lejos de traicionar el habitus académico o de acantonarse en él, de lo que se trata es de hacer uso de él, amplificándolo, politizándolo en el sentido genuino del término. Asimismo, lejos de abandonar el espacio militante, de lo que se trata es de buscar un lugar dentro de él, en tanto investigador-intelectual comprometido y a la vez crítico, no complaciente; esto es, capaz de producir conocimientos que vayan más allá de la representación de los . Por último, el desafío consiste en contribuir a la construcción de nuevas alternativas políticas, en el vaivén que se establece entre el pensamiento y la acción, entre la teoría y la praxis transformadora.
Visto en estos términos, la apuesta por construir legitimidad en esos varios mundos, sea el académico como el militante, deviene realmente posible y, más aún, creíble. Claro está, la tarea no resulta nada fácil, pero tampoco es, como parecía serlo una década atrás, un camino definitivamente clausurado. Otras vías se abren en la articulación entre lo académico y lo político, un espacio de geometría variable, que puede alumbrar el surgimiento de un nuevo modelo de investigador-intelectual militante, definido por la reflexividad y el compromiso con las diferentes realidades. Un desafío que aguarda, muy especialmente, a las jóvenes generaciones de investigadores sociales.
En fin, porque no es posible permanecer indemne a la crisis de tantos paradigmas, es que cada época necesita reinventar el compromiso crítico y militante, desde nuevas bases políticas y epistemológicas. Ello no significa renunciar a una mirada histórica. Todo lo contrario: es a partir de la incorporación plena de una perspectiva histórica que podremos pensar y elaborar nuevos modelos de intervención, a fin de dar respuesta a los desafíos actuales. Así, aunque muchos lo consideren extemporáneo, creemos que una de las tareas centrales de los investigadores-intelectuales, en virtud de su condición anfibia, es la de asumir el desafío que plantea la actual fragmentación, para tratar de pensar creativamente los cruces, los puentes, las vinculaciones, aun fugaces y precarias, que es posible establecer entre estos universos tan diferentes.
Revista Ñ, 19 de septiembre, 2007.
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