martes, 1 de julio de 2008

Los estudiantes de hoy y el pasado reciente de la Argentina

Ana Pereyra*

¿Qué significado tiene para los jóvenes de hoy el legado del Nunca más? ¿Qué relación tienen con el pasado dictatorial los adolescentes de hoy que nacieron en una época en la que los valores más preciados son la fluidez y la flexibilidad, y en la que la ausencia de proyectos colectivos exacerba formas del individualismo ligadas al placer y a la inmediatez?

Con estas inquietudes estamos realizando una investigación1 en escuelas secundarias de la Ciudad de Buenos Aires seleccionadas por la concentración de alumnos y por su heterogeneidad social. Como parte de esa investigación, se les propuso a alumnos de segundo y quinto año elaborar una narración escrita, dirigida a un amigo extranjero que acaba de llegar al país, sobre lo ocurrido en la Argentina en las tres últimas décadas, es decir, desde comienzos de la década del '70.

El análisis de una cantidad de narraciones "representativas" del pasado permite afirmar que la gran mayoría de los adolescentes recuerda la dictadura militar y la impugna por las violaciones de los derechos humanos y la represión a la población civil. Sin embargo, este resultado, que podría interpretarse como un logro en la transmisión intergeneracional de la memoria, se ve opacado cuando se analiza el recorrido o la "andadura" de los relatos de los estudiantes porteños.

Los relatos de los adolescentes ponen en evidencia, por un lado, su papel activo en la búsqueda de sentidos del pasado reciente y, por otro, las marcas de las memorias emblemáticas que circularon en el espacio público en los últimos años y de las corrientes más clásicas de la historia enseñada.

Para los estudiantes, el golpe de estado del '76 fue algo así como un rayo en cielo sereno. La conflictiva situación política y social que precedió al golpe y el incremento de la violencia política desde el regreso de Perón al país no son mencionados al momento de hablar de la dictadura y de los desaparecidos. Esto conduce a una visión de los desaparecidos como víctimas seleccionadas en forma azarosa o arbitraria por los militares ("...cualquiera podía desaparecer sin que hasta hoy se sepa bien por qué"), o a considerar que las víctimas fueron quienes se opusieron a las pautas disciplinarias establecidas por el gobierno militar, tales como la prohibición de salir en grupo o reunirse a reclamar por un boleto estudiantil. El borramiento de las identidades políticas de los desaparecidos y de sus compromisos con la lucha por un país socialmente más justo -una de cuyas formas fue la lucha armada- obstaculiza la posibilidad de comprensión del sentido que tuvo en la estrategia diseñada por los militares la secuencia secuestro- tortura-desaparición, y también una discusión más profunda sobre las características de la cultura política argentina. Sin los sentidos, lo que se recuerda es el horror y la perversión de la represión despiadada, lo que podría entenderse, en algunos casos, como la convicción de que nunca se debe resistir al poder, porque es muy peligroso.

Entre las representaciones complementarias a esta visión se destaca la de una sociedad civil homogénea que desconocía el ejercicio de la represión. Para los estudiantes secundarios de la Ciudad, el golpe no contó con el apoyo de importantes sectores sociales ni aparece ligado a un cambio de modelo económico que condujo a una enorme concentración del ingreso y al endeudamiento externo. La "gente" o el "pueblo" están ubicados siempre del lado del bien, un lugar opuesto al del poder y la política, que son la expresión del mal y constituyen ámbitos de los cuales conviene mantenerse alejado para no contaminarse. En los relatos de los estudiantes, la "gente" no podía saber lo que estaba pasando porque los militares censuraban y controlaban los medios de comunicación y porque usaron al Mundial '78 como una pantalla para ocultar la represión.

Creemos que es útil pensar estas representaciones junto a algunas líneas teóricas que nos ayuden a entender qué actitudes éticas y políticas vienen a reforzar. En su valioso libro Memorias del mal, tentación del bien, Tzvetan Todorov propone conceptos que resultan sustantivos para analizar los relatos que encontramos entre los estudiantes. Distingue tres tipos de relatos del pasado: el del testigo, el del historiador y el del conmemorador. El testigo es el individuo que reúne sus recuerdos para darle un sentido a su vida y construirse una identidad. El historiador es el representante de la disciplina cuyo interés es la restitución y el análisis del pasado a partir de la aproximación sucesiva a la verdad impersonal. El discurso del conmemorador -al igual que el del historiador- aparece en el espacio público, pero a diferencia de aquel de la historia académica, está guiado por un interés y dotado siempre de una verdad irrefutable; es el discurso que una sociedad quiere dar de sí misma. Mientras la historia complejiza el conocimiento del pasado y lo desacraliza, la conmemoración lo simplifica, generando ídolos para venerar y enemigos para aborrecer.

Los relatos de los estudiantes sobre el pasado reciente de la Argentina tienen la estructura del discurso de la conmemoración. Como hemos visto, se organizan en torno a la diferenciación entre malhechores y bienhechores a quienes se les adjudica un rol activo, y víctimas y beneficiarios que juegan un rol pasivo. Los militares son vistos como malhechores que interrumpieron por la fuerza el orden constitucional, tomaron el poder y reprimieron brutalmente a la población civil que resultó la víctima pura de la dictadura. Entre los bienhechores, los únicos que cuentan con el reconocimiento de los estudiantes son las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, es decir los organismos ligados por vínculos familiares a las víctimas y cuyos eventuales beneficiarios fueron los nietos encontrados o los parientes restituidos a sus familias de origen. Otros organismos de derechos humanos y los exiliados no tienen ningún lugar en estos relatos del pasado dictatorial, entre otras razones porque para hablar del pasado reciente de la Argentina, los adolescentes no necesitan referirse a lo ocurrido en otros países, ni inscribirlo en la historia mundial.

Así como el golpe se narra como un rayo en cielo sereno, el fin de la dictadura se atribuye al inicio de la democracia que llega "de la mano de Alfonsín". Es claro que con este esquema dual: militares-malhechores / sociedad civil- víctima, toda la culpabilidad de la matanza queda del lado de los militares. Esta representación del pasado obstaculiza la emergencia de la pregunta por los procesos políticos, sociales y psíquicos que condujeron al terrorismo de Estado y por los niveles de responsabilidad del conjunto de la sociedad.

La Guerra de Malvinas, en los relatos de los estudiantes, muestra las contradicciones que se producen por la identificación simultánea de las Malvinas con la Nación y con la dictadura. Existe un consenso generalizado entre los adolescentes acerca de que la soberanía sobre las islas le corresponde legítimamente a la Argentina. Pero se abren dos líneas de interpretación. Algunos estudiantes interpretan Malvinas como una guerra convencional entre naciones por un territorio. Y esta lectura vuelve difícil aceptar la derrota militar, ya que la recuperación de las islas queda inscripta en la prolongación de las gestas patrióticas de la independencia, que constituyen el relato heroico por excelencia de la historia nacional. Otros, en cambio, interpretan Malvinas como un episodio político interno, un gesto de desesperación de los militares por salvar el régimen, que costó la vida de muchos jóvenes. En este sentido, los estudiantes se identifican con "los chicos de la guerra", como las víctimas inexpertas de los militares profesionales argentinos que los usaron como carne de cañón. Hay que destacar que, en ninguna de las dos interpretaciones, hay reflexiones sobre la frialdad con que la sociedad civil recibió a los ex combatientes, ni sobre su invisibilidad en la esfera pública o los suicidios que se produjeron como consecuencia. Nuevamente, prima la representación de la sociedad argentina como una sociedad homogénea, ubicada siempre del lado del bien y que resultó víctima del engaño militar.

¿Qué nos llevan a pensar estas lecturas del pasado? Como educadores, nos enfrenta a un desafío original el hecho de saber que la relación que los más jóvenes construyeron con el pasado dictatorial arrastra tanto los usos públicos de la memoria como los de la historia académica.

En un contexto de gran velocidad en los cambios, las dificultades que enfrenta la transmisión de la cultura son múltiples. Sin embargo, resulta obvio que, sin un fuerte vínculo afectivo y de confianza recíproca entre adultos y jóvenes, estos últimos difícilmente puedan salir por sí mismos de la estructura del pensamiento maniqueo que identifica siempre el bien del lado propio y el mal del lado de los otros. En tanto pedagogos, es nuestra responsabilidad tornar observables las razones que hicieron posible la dictadura, el compromiso civil con la represión y con la exclusión de los ex combatientes de Malvinas del espacio público, lo que conlleva plantear el problema de los distintos niveles de culpabilidad y de responsabilidad en estos hechos.

Mientras no avancemos en esta dirección, la dictadura o el totalitarismo no estarán derrotados simbólicamente y las bases sociales del Nunca más seguirán siendo endebles y vulnerables.

Hoy sabemos que la integración promovida por la escuela en torno a la idea de Nación no resultó suficiente para evitar el terrorismo de Estado, y que los valores patrios no necesariamente entran en colisión con el crecimiento alarmante de la desigualdad social. La historia nacional enseñada por la escuela se ha concentrado siempre en las virtudes heroicas, a través de la reiteración ritual de los actos ligados a las efemérides y de la épica de las gestas patrióticas. Para que las memorias del pasado sirvan a la causa del Nunca más, creemos que es importante desplazarse desde la enseñanza de las virtudes heroicas hacia el cultivo de las virtudes cotidianas que son las que nos ponen personalmente en cuestión y las que nos permiten rechazar aquello que parece una necesidad implacable en función del cuidado de los más próximos. Es importante que nuestros jóvenes sepan que nos ocurrió lo peor porque no ejercimos esas virtudes cotidianas y porque muchos de nosotros fuimos educados en la obediencia.


*Socióloga y docente.

1 Se trata del trabajo del campo para una tesis doctoral en Flacso/Argentina.

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